Envidia - Capítulo 05

miércoles, 24 de agosto de 2011

—¿Dónde estuviste el fin de semana? Te busqué, te llamé… y nada.
Amanda estaba en su casa, acurrucada en el sillón frente a la televisión, hablando por teléfono con Rachel. Restos de la cena descansaban sobre la mesita frente a ella.
—Fui a visitar a mis padres el sábado a la tarde, y me quedé hasta el domingo. Desconecté mi celular y todo lo que me ata a la mundana vida de la ciudad. Necesitaba paz y tranquilidad. Pero dime… ¿Por qué el apuro por encontrarme?
—Tu conquista del jueves, querida… estuvo por Coyote's el viernes y el sábado.
—¡Nooo! ¿En serio? —El corazón de Amanda dio un vuelco— ¿Estaba acompañado?
—Solo y su alma, cariño. Estuvo observando desde arriba. Luego se acercó a nosotros y nos preguntó por ti. ¿No le dijiste tu nombre, Amanda?
—Por supuesto que no, toda la noche me llamó «gatita».
—Que duuulce —Rachel rió a carcajadas—. ¿Vas a volver para encontrarte con él? Me pidió que te dijera que te buscará hasta encontrarte.
—No puedo hacer eso, Rachel, por más que muera de ganas de volver a verlo. No ahora que sé que es cliente de la empresa, sería como estar engañándolo.
—Crea una cuenta de correo electrónico gratuito y se la daré. Así por lo menos dejará de fastidiarnos a Miguelo y a mí.
—Oye, es buena idea. Espera un segundo. —Estiró la mano y tomó su ordenador portátil, que estaba encendido y conectado a Internet—. ¿Qué te parece «gatitavoluptuosa»?
—Fantástico.
—Verificaré la disponibilidad —tecleó en el ordenador sosteniendo el teléfono inalámbrico entre la oreja y el hombro—. No está disponible, espera. —Volvió a teclear—. Ya está. Dile que me escriba a gatita_voluptuosa_69@gmail.com.
—¿Por qué 69 ? Mmmmmm. —preguntó su amiga pícaramente.
—No te hagas la tonta, Rachel. No te pega. —Ambas rieron a carcajadas—. Tengo que dejarte, cariño, suena el timbre. Hablamos luego.
Miró el reloj. Las 9:10 ¿Quién podía ser a esa hora? Sólo se le ocurría una persona.
—Hola Mandy, ¿qué estabas haciendo? —Era Evelyn, quién como siempre aparecía a cualquier hora y sin avisar.
—Hola Eve. Estaba al teléfono con Rachel, pero ya cortamos.
—Tu vecina ¿no? Y ese mariconcito que siempre la acompaña a todos lados.
—No te refieras a ellos en esa forma despectiva, Eve. —A veces no entendía cómo podían ser amigas, eran tan diferentes—. Son mis amigos y los quiero mucho.
—Mmmm, precioso par de amigos que tienes. —Al ver que Amanda fruncía el ceño, cambió de tema—. Tenía ganas de usar tu jacuzzi ¿Qué tal si nos damos un delicioso baño caliente, tomamos un par de copas de vino, nos relajamos y chismoseamos?
—Buena idea. —Amanda sonrió, solían hacerlo de vez en cuando y era divertido.
Ya en la terraza, con el jacuzzi cargándose, Amanda descorchó el vino mientras Evelyn procedió a cambiarse. El jacuzzi era para cuatro personas, así que no había problemas de espacio.
Amanda se metió con una recatada malla de baño negra.
—Vengo de otro lado, así que no tengo traje de baño. Me meteré en bragas, querida.
—Está bien.
Evelyn se paseó por la terraza en unas diminutas bragas rojas que apenas la cubrían, sirvió dos copas de vino y se metió al jacuzzi ofreciéndole una copa a Amanda. Tenía un cuerpo perfecto, era esbelta y sus senos eran pequeños y firmes.
—Estaba pensando en ponerme silicona en los pechos, Amanda. ¿Tú qué opinas?
—No creo que lo necesites. Tienes unos senos perfectos para tu tamaño. ¿Acaso alguien se ha quejado de ellos?
—¡Por supuesto que no! —Sonrió pícaramente—. Pero no sé, quiero cambiar algo, y es lo único que se me ocurre. Necesito un sponsor.
—Tú tienes dinero, Eve, no necesitas de un hombre para que cubra tus gastos. Ganas muy bien.
—Mandy, a los hombres les encanta pagar por lo que van a usar, no necesito gastar mi dinero en eso. Estaba pensando… —y miró a su amiga antes de seguir—, estaba pensando en Christian Ostertag. Es ideal para mis planes.
Amanda casi escupe el vino que estaba tomando.
—Cr-creo que sería poco ético de tu parte involucrarte sentimentalmente con un cliente. No lo hagas, por favor.
—Mandy, Mandy… los adultos sabemos separar lo que es el trabajo del placer. Tú eres la única que vive como una monja, ¿cuándo fue la última vez que estuviste con un hombre? Que yo recuerde, hace dos años no sales con nadie. Y el último, Dios mío, a ese mejor perderlo que encontrarlo.
—El jueves pasado… —dijo Amanda sin pensarlo.
—¿Cómo? ¿El jueves? ¿Qué pasó el jueves?
—Preguntaste cuando fue la última vez que estuve con un hombre. Te contesto: el jueves. —No sabía exactamente por qué se lo estaba contando. Quizás por no quedar como una tonta frente a ella, quizás para hacerse un poco la misteriosa. Evelyn siempre provocaba en ella sentimientos encontrados. Era su amiga, la quería, pero parecía que siempre estaban compitiendo.
Evelyn la miró estupefacta.
—¡Santo Cielos! Y no me lo contaste… ¿Cómo fue? ¿Dónde lo conociste?
—Eve, sólo fue un touch-and-go . No tiene mucha trascendencia, no volveré a verlo. Ni siquiera nos dijimos nuestros nombres. Toda la noche me llamó «gatita».
—¿Es guapo? ¿Tiene dinero?
—Sí a ambas cosas.
—No entiendo, entonces… ¿por qué no quieres volver a verlo? ¿Acaso fue un completo desastre en la cama?
—Nunca en mi vida tuve un sexo tan maravilloso como con él. Fue a-lu-ci-nan-te.
Evelyn la miraba como si tuviera dos cabezas.
—¿Y entonces?
—No quiero volver a verlo, nada más. No me interesa. —Era una gran mentira, obviamente, pero no podía contarle quién era su amante misterioso. No sin arriesgar que se le escapara algo frente a Christian.
Evelyn la atosigó de preguntas, pero Amanda se sumergió dentro de la bañera para no seguir escuchando. Cuando salió a flote, cambió de tema radicalmente. Sabía que en algún momento Evelyn insistiría, pero por ahora era toda la información que le daría.
Una vez que se fue, cerca de las once de la noche, Amanda decidió acostarse, con un par de copas de más. Se sentía extrañamente relajada.
Se sacó la malla de baño, se dio una ducha rápida y desnuda, se acostó en la cama.
Nunca dormía desnuda. ¿Qué extraño virus se había apoderado de ella? Después de lo que ocurrió con Christian se sentía extremadamente sensual, como si él la hubiera liberado.
Y realmente lo había hecho.
No recordaba, por ejemplo, haber hecho nunca el amor con la luz prendida, o haber tocado a un hombre de la forma en que lo tocó a él. Con su cuerpo, manos, boca y lengua.


Recordaba vívidamente su cuerpo cuando había caído rendido en un sueño profundo luego del encuentro «a cuatro patas» que tuvieron. Ella se había quedado dormida también, con la cabeza casi sobre su estómago, pero despertó un par de horas después, no estaba acostumbrada a dormir con la luz prendida, y menos con alguien a su lado. 
Observó por primera vez detenidamente la habitación. Muy masculina, hacía juego con su personalidad. Aparte de la cama y una mesita de luz no había otro mueble. Todo era muy minimalista , en tonos blancos y negros. El único toque de color eran dos cojines rojos de raso que ahora estaban tirados en el piso, y un gran cuadro abstracto que colgaba sobre la cabecera del enorme somier.
Apagó la luz y desnuda fue hasta el cuarto de baño, al salir, entornó la puerta y dejó la luz encendida para iluminar su camino hasta la cama. Eran las tres de la madrugada, pensó en irse en silencio, sin que él lo notara, pero al mirarlo, un calor extremo subió y bajó desde sus entrañas hasta su entrepierna. Era tan hermoso y estaba tan relajado, totalmente desnudo y destapado. Se quedó parada mirándolo embobada.
Él la había tocado de todas las formas posibles y por todos lados. Ella apenas tuvo ese placer.
Subió despacio a la cama y se arrodilló a su lado.
Acarició el suave vello de su pecho y sus tetillas planas, fue bajando por el estómago hasta el ombligo. El se movió ligeramente y gimió en sueños. Observó como su miembro despertaba lentamente, sin que él se diera cuenta.
Amanda se acomodó entre sus piernas, abriéndolo, y con ambas manos a los costados de su cuerpo, besó todos y cada uno de los puntos que había tocado, deslizando sus senos sobre la piel de su pecho cubierta de suave vello. Sintió cómo su poderoso falo presionaba su estómago, tensándose. 
Llegó hasta ese punto y pasó la lengua por la aterciopelada punta, luego lo tomó en su mano, abarcándolo por completo y sintió su dureza, ¡Santo Cielos! Era tan poderoso y a la vez tan suave. En éste punto, él se movió inquieto. Estaba a punto de despertar, estaba segura.
Besó la punta de su miembro con reverencia, mientras acariciaba el resto. Él gimió de nuevo y su pene se sacudió en sus manos. Amanda sonrió y lo metió en la boca, chupándolo suavemente al principio, con más ímpetu después.
—Mmmmm, ga-gatita —Christian había abierto apenas los ojos y levantó ligeramente las caderas como modo de indicarle que quería más—. Continúa, por favor. Ahhh, que delicioso despertar.
Ella lo hizo, llevó las manos a sus nalgas, para apretarlo más contra su boca, y recurrió a todos sus conocimientos para llevarlo hasta la cima del éxtasis: cuando presionar, cuando provocarlo con la lengua, cuando acariciarlo con los dientes. Escuchaba a su cuerpo por sobre todas las cosas, sus temblores le decían lo que más le agradaba, sus gemidos lo impulsaban a ser más creativa, su mano cada vez más apretada contra su cabeza la guiaba, la tensión de sus muslos y el movimiento de sus caderas le indicaban lo próximo que estaba al clímax.
A través de la tempestad de su pasión, a través del salvaje y turbulento movimiento de su lengua, Amanda sólo fue consciente de las sensaciones que asaltaban y abrumaban su mente al sentir el placer que le estaba dando, grabándose a fuego en su memoria.
Luego de un par de embestidas más de boca, hasta casi lo profundo de su garganta, Amanda sintió cuando el éxtasis lo envolvió. Su simiente inundó su boca y bebió de él hasta la última gota, dejándolo rendido y agotado.
Él la tomó por debajo de los brazos y la impulsó hacia su cuerpo. La abrazó muy fuerte y le dio suaves besos en su frente, ojos, nariz, y todo lo que encontraba cerca.
—Gracias, gatita, fue maravilloso. —Se ubicó de costado y la tapó con la sábana. No se entendía cual brazo o pierna era de uno o de otro, de lo enredados que estaban—. Déjame que me recupere y continuaremos.
Ella sonrió y acomodó la mejilla en su pecho, suspirando.


De vuelta a la realidad, Amanda sonreía también, recordando el placer que sintió al saber que ella tenía el poder de darle a él lo que necesitaba, lo que quería.
Estaba segura que en toda su vida no volvería a sentir lo mismo con otro hombre. Nunca antes había tenido esa urgencia de dar sin recibir, igual que él lo había hecho con ella. Era la primera vez en su vida que entendía el concepto abstracto de sentir placer dándoselo a otra persona.
Suspiró y se acurrucó en su almohada.
Sintió la frialdad de las sábanas de satén y se estremeció. Nunca había estado tan sensible.
Cerró los ojos y pensó que por lo menos podría estar en contacto con él por correo electrónico. ¿Le escribiría? ¿Había hecho bien en crear esa cuenta de correo? ¿Y si insistía en verla? ¿Qué le diría para evitar que se encontraran? No podría resistirse.
¡Santo Cielo! En su afán de estar en contacto, había cometido un error.
Ya se le ocurriría algo. Y se quedó dormida, pensando en él.

Continuará...

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